He aprendido que se debe callar cuando el pensamiento no es obra sino trayecto, tal como en los sueños que llegan a través de la memoria y aquellas culpasguardadas en el último nivel del subconsciente. La imitación de la vida en una imagen onirica hace el paisaje hipnótico.
No tengo un libro abierto en donde colocar cada hecho y característica del acontecimiento que me hace esperar más, aunque el silencio se vuelva un túnel sin sentido, ¿para qué abrir los candados de la mente? Todos somos quienes perdemos la palabra en medio de un acantilado de emociones, ¿qué es un lobo sin ataque?, un viaje al infinito sin boleto de regreso a las escenas del mundo real. La ola del lenguaje llega desde el rincón más solitario del abismo que se guarda al fondo del cajón, más allá del espejo en que los rostros se reconocen como si hubiesen encontrado sus miradas en otra época.
Intentaré hacerlo bien esta vez, porque he esperado el momento preciso de enunciar la locura de estas palabras llenas de filo, listas a beber la sangre de quienes se topen con ellas, entre la música del abandono aparece el oculto designio de una voz: la ambiguedad de una caricia cuando los arpegios atraviesan la piel y los arrebatos son el delirio eterno del cuerpo insatisfecho, siempre en busqueda de más placer.
Vuelvo al presente y cuestiono qué conozco de las transferencias que realizamos sin pronunciar nunca la verdad, las historias permanecen calladas ante la imposibilidad de convocar las sensaciones que se apoderan de cada hueso y centrimetro de piel.
En la pared
su rostro mira un oscuro
recuerdo de la infancia
el lobo le mira desde una cueva
llena de vitrales que en l a furia
trascienden la negrura de su espacio
inhabitable por otra respiración
que no sea la suya
porque el sentido dispara toda
inspiración que sublime
las crueles emancipaciones
de la luna en su fase crepuscular
ajena y distante al apasionamiento
de ese rostro en la pared.